Las tarjetas de crédito son una herramienta de pago generalizada. En parte por su flexibilidad y comodidad, pero también porque los bancos las promueven activamente.

Sin embargo, el hecho de que sean tan populares no significa que necesariamente sean una buena opción para todo el mundo. Dependiendo del uso que se haga de ellas, pueden ser útiles o convertirse en un problema.

Las tarjetas de crédito, usadas con inteligencia y moderación son muy prácticas a pesar de su coste

La principal ventaja de las tarjetas de crédito es que te permiten pagar sin tener que preocuparte ni de llevar efectivo ni del saldo que hay en tu cuenta bancaria. Además, en caso de robo pueden anularse inmediatamente.

Ahora bien, esta comodidad tiene un precio, y es que los intereses que hay que pagar por las compras realizadas a crédito son realmente elevados.

Las tarjetas de crédito, usadas con inteligencia y moderación son muy prácticas a pesar de su coste, pero hay demasiadas personas que hacen un uso poco apropiado de ellas al utilizarlas como herramientas de financiación.

Este no es el propósito de las tarjetas de crédito, y emplearlas para comprar indiscriminadamente sin preocuparse del coste final ha llevado a la ruina financiera a muchos usuarios.

El modo correcto de usarlas es gastar con ellas aquello que se pueda devolver sin problemas con el pago de la siguiente nómina, esto es, adelantar pagos, no financiarlos.

Cuando las compras con tarjeta de crédito se aplazan un mes tras otro los intereses comienzan a crecer y llega un punto en que la bola de nieve se hace insostenible. En otras palabras, las tarjetas de crédito deben usarse con cautela, y cuando se hace de este modo son una opción muy práctica a la que no hay que renunciar. Si lo que deseas es financiación, existen otras fórmulas mucho más ventajosas.